
Cuando me hablan de Octubre, no se me vienen a la cabeza ni el señor morado, ni los turrones, ni las procesiones, en mi cabecita aparecen imágenes de halloween.
Rayado pero cierto, se me viene una tremenda calabaza, y miles de disfrazes que desfilan por mi subconciente al dormir.
Pero esta vez fue diferente, esta vez se podía soñar.
Caminaba lento, como absorvida por la magia del momento, como hipnotizada por la imágen que aparecía a lo lejos.
Era una Cristo morado llevado en hombros por casi una decena de hombres, mientrás el Cristo era llevado miles de recuerdos de los días previos saltaron a mi memoria.
Recordaba mi reciente visita al hospital, recordaba lo estupida que pude haber sido.
Todo comenzo hace unos días, rayos deseaba tanto ese iPod, el touch, que mi deseo se había vuelto una obseción que me preocupaba en recordar a mi mamá cada segundo.
-"Mamà, últimamente no hago nada malo, aparte tienes plata, ¿Por qué no me compras el touch?"- le decía sin dejar de mirar sus ojos, por si notaba un poco de debilidad que podía aprovechar a mi favor.
-" Si puedo hacerlo hija, sin embargo no está entre mis prioridades"- me respondía ella secamente, casi sin mirarme.
Yo no desistí hasta obtener un sí por respuesta, y vaya que lo tuve.
A la mañana siguiente, Domingo, en la hora del almuerzo comencè denuevo con la candaleta de que quiero un iPod, que no eres nadie en el Perú si no lo tienes - lo sé, dramática mil, caprichosa, engreída y encima intento de niña mimada en Ventanilla JAJA- y más cosas que se me metían a la cabeza en ese momento.
-"Está bien, te lo compraré"- me dijo sonriente-"Pero antes necesito que me acompañes al hospital a ver a la hija de una amiga".
Yo estaba en las nubes, vaya, me lo compraría, al fin sería mio y esta vez no lo perdería, esta vez sería diferente, pensaba.
Pagó la cuenta y de la mano fuimos sonrientes, casi felices. Creo que las personas que nos miraban se podrían imaginar mil lugares menos que ibamos a un hospital.
Obviamente no me gustan los hospitales, pero estoy acostumbrada porque mi mamá labora ahí desde antes que nacierá.
Sin embargo hace mucho que no andaba por esos lares. El olor a alcohol, y las miradas débiles, tristes del segunda piso en "Hospitalización" borraron la sonrisa de mi cara.
Mamá me dejo entrar aún siendo menor de edad, llegamos y la enferma estaba en la sala 6 "con su mamá", me había dicho.
Cuando entre, mi corazón se estrujo al ver la realidad que yo me negaba a ver, que no quería que anduviera libre en mi vida perfecta.
En una habitación con 6 camillas arrimadas una al costado de otra, yacian niños y niñas de no más de 10 años, con caritas pálidas, algunas tan débiles que parecian romperse a cada respiro.La primera vez y última que estuve mal, tenía un cuarto solo para mí con televisión, baño propio, wifi, en una clinica de Miraflores. Maldita sea.
La niña que ibamos a ver, Angie, estaba en la última camilla y su mamá estaba sentada muy cansada a su costado.
La niña hace tres meses que no iba a la escuela, y esa fue la razón por la que se enfermo de Artritis a sus 9 años de vida, la conocía claro, su mamá muchas veces andaba por el hospital vendiendo comida cuando no trabajaba como obrera de construcción civil y Angie la acompañaba a todos lados. Dejo de estudiar (y de comer) porque su mamá no pudo pagarle los 70 soles mensuales de su pensión (osea 70 soles, que es eso). No podía hablar, tenía ganas de tirarme una bala al recordar y comparar cuáles eran nuestros mayores deseos en la vida, es decir, mientrás ella se enfermaba por estudiar, yo palidecía por un estupido artefacto electrónico, ¿Cuántas pensiones para niños como Angie se podrían pagar, con esos caprichos que un adolescente cree necesarios para su supervivencia? Muchas creo yo.
"Se arrastra , no puede caminar" nos dijo su mamá.
Derrepente como si esas fueran las palabras mágicas para que despertará abrio sus ojitos y al reconocerme me saludo.
Me fui caminando sin sonreír con unos deseos inmensos de llorar.
No se lo que me dió más pena, que esa niñita tuviera el nombre de mi mejor amiga o que yo tremenda estupida, me halla vuelto lo que un día deseé jamás ser. Una estupida Materialista.
Abrase a mi mamá y le dije que me perdonará que más cojuda no pude ser, que olvidará el estupido iPod, y que con esa plata le pagará la mensualidad a Angie, esa niña que no tuvo la culpa de haber nacido pobre.
Mi mamá sonreía feliz de haberme dado una lección en la vida que jamás olvidaré, porque prometí en silencio jamás olvidar lo que jure de niña al ver a un policia corrupto romper las chozitas de gente pobre que llorando con niños en brazos salian sin rumbo ni meta fija, a mi gente, a las personas que día a día obtienen dinero solo para sobrevivir. Si llegó a ser mayor lucharé por esas personas, porque esas personas también son el Perú, un Perú que casi todas las personas de mi edad olvidan o quieren olvidar. Porque es feo, te choca, te hace reaccionar.
Caminaba en la procesión sonriente, porque le dije a Angie que no se preocupará que yo le enseñaría las materias que necesitaba, en las que se atrazó. Me sentía bien, sorprendentemente sin tener un iPod en mi bolsillo. Me sentí feliz como hace mucho no andaba.
Caminaba en silencio cuando un chico chocó contra mí y me pidio disculpas, ¿Era él? No , no era posible.
¿Era El Gringo, un vendedor de droga, expulsado que conocí de niña y que ahora paraba todas las noches en la misma esquina malogrando a otros niños? ¿Que hacía él en una procesión religiosa a la que hasta yo obligada tuve que ir? No lo sabía sin embargo, las lágrimas en sus ojos y su mirada arrepentida ante una estatua que benévolente sólo le sonreía me lo dijeron todo.
No había ido para robar, estaba allí con fines nobles.
Lo mire, le sonreí, caminando junto a todo ese tumulto, siguiendo aquella procesión.
Saludos y milagros morados para todos.
Atentamente,
La de los apellidos poéticos.
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